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Es la hora de la verdad…
Las 5 de la tarde de un mes de agosto de hace un cualquier lejano tiempo y que más da para lo que voy a contar.

La soledad abruma como compañía, la esperanza se llena y se viste de gala con todos los recuerdos de unas horas que desgraciadamente se acaban,
los toreros después del paseíllo se juegan por dinero y fama la vida frente al toro
maltratado y preso.
Así nos entretenía cuando la TV del dictador era gratis para todos y todos veíamos el mismo resultado y su tiempo.

La calor pasea por la villa,
el cuerpo descansa estirado sin saber qué hacer en ese acomodado sofá donde tantas y tantos silencios y deslices sucedieron.

Es la hora de la siesta,
aquella que no entienden
quién no sabe del clima
ni de la vida… lo más bello.

Tiempo donde se ama a corazón abierto,
donde queda libre y sin reglas arte nos aten lo salvaje
que llevamos dentro.

Los pensamientos se amontonan mientras el hormigueo de los pies sueñan alborotados sin poder quedarse quietos.

Las ilusiones se disparan,
aparecen los nuevos proyectos
y la calor, aunque sigue creciendo por fuera, en nosotros se desvanece y se pega como la cabeza a su sombrero.
Estamos entre la oscuridad de las cortinas, viviendo nuestras locuras y deseos.

Han pasado las horas…
La calle empieza a tener movimiento,
el ruido de una persiana que se abre,
La cisterna de un retrete queda con su eco,
la melodía de un teléfono suena y el grito alarmante de una madre despierta ya la silenciosa y calmada calle de su niño travieso.

Todo vuelve a su sitio.
No han cambiado el nombre de las calles,
aquella cuesta sigue empinada como toda la vida hay que subirla si es que quiero estar con quien quiero.
Volvemos a ser los mismos de antes, solo pasó un tiempo…
La siesta
y con ella sin saber si somos toro o toreros.

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Poema propio.
Fuente de la imagen… Propia.

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