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Solo una cuerda tiene el reloj de la vida.
Las manecillas giran y giran sin descanso,
sin poderlas secuestrar en el espacio ni en el tiempo.
Y por ellas nuestras vidas vamos pasando.

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Me ocurrió ayer,
Con mascarilla, gorra y mochila
Me disponía a realizar mi entreno habitual,
Soy o me gustaría ser entrenador de tenis de mesa,
vivo este deporte con mucha intensidad y adicto a transmitir toda la belleza que de él se desprende,
tanto a nivel técnico como psicológico en la competición,
Así como el conocimiento de todas sus variantes.
Esquemas de juego, material adecuado, disposición, reglamento técnico… Etc.

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Pues sí, acababa de subir al bus que me trasladaba al lugar y cuál fue mi sorpresa cuando de repente alguien se levantó de su asiento y se dirigió a mí con una voz tenue y gesticular diciéndome que me sentará en su lugar, que me dejaba su asiento.
Al momento no lo entendí,
era la primera vez que esto me ocurría y como se me iba a pasar por la mente tal situación.
Quedé en shock… Aún lo estoy,
no sabía como actuar
si dando las gracias
O en mi interior tomarlo como una ofensa.

Agradecí como pude el gesto del joven, tomé asiento y me puse a reflexionar…
Que es lo que vio aquel joven en mí, o lo que no vio.

De repente bajo mi autoestima
Llegué al entreno cabizbajo
y meditando,
que como era posible que a los ojos de los demás ya sea casi anciano y en el fondo de mi corazón un activo personaje que casi acaba de nacer.

Han pasado dos días
y aún no sé qué responder a la vida,
quizás tenga que aceptar lo que mis ojos no ven.

Relato propio.
Fuente de la imagen… Propia

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