era poca la distancia,
«alrededor» , el ruido de algún auto, el zigzag de alguna ambulancia resonando el brillar de su sirena.
Por la acera el silencio roto por el ladrido de algún perro vagabundo y solitario que con pena
a su añorado dueño espera.
Entré en el lugar,
pasillos anchos,
salas vacías de espera,
alguna camilla rodando
tirando batas blancas de ella,
alguna mujer penando cuando a su padre acompañaba caminando
en silla de ruedas.
El contraste del paraje
me hacía sentir nostálgico,
lloros de alegría y tristeza,
según el médico que te hablaba después de haber operado
si la vida continúa,
o si por desgracia para el enfermo dejará pronto de serla.
Aquél hospital
recordaba a mi padre,
aquejado tanto tiempo en él
hasta que de nosotros se fue…
qué pena.
Estaba ella en la escalera diez,
planta cuarta, habitación 051.
Con miedo me adentré,
se escuchaban por el pasillo
los quejidos, los gritos de dolor,
en camas prostados descansaban
de dos en dos,
el sonido de las cucharas en los platos rechinaban
la hora de la comida, de las visitas…
horas esperadas de suplicio y aflicción.
Por fin al lugar llegué,
me miró como la primera vez,
la felicidad me inundó
cuando en sus ojos no vi la muerte
y sí la cordura de alguien
que no se fue ni marchó,
de alguien que todavía nos quiere con la razón ver,
de alguien que no llegó su hora
y que de la vida aún tiene sed.
Como los demás,
a mi madre di de comer,
limpié su arrugados labios,
en la frente le di un beso
y al cielo por un momento abrazé…
Dije adiós, no sé a quién,
mañana volvería a verla
en aquel hospital…
donde mi padre si se fue.
Poema propio.
Fuente de la imagen… Propia.