Vivo en la espera de quien ya no espera nada.
No quedan en mis días con quién compartir mis silencios,
con quién recostar la palabra,
a quién decir “¿cómo te encuentras?”,
ni con quién perderme en un infinito abrazo sin tener que ocultar el alma.

Vivo entre sombras de mi propia sombra, entre calles sin salida
que vuelven y vuelven sobre mis propios pasos sin que me digan nada.

Suspiros quedan colgados en las paredes de la vida
que nadie escucha,
ausencias que en mi alrededor viven
y que, con tanto dolor, me dejaron.
Cuando me alimento en la mesa, y sus recuerdos en el pensamiento siempre me acompañan.

Horas vacías mi corazón atraviesan,
y cada noche mis sueños solo sueñan
con un amanecer que, sin esperar a nadie,
ya de nadie espera nada.