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Amaneció un día gris,
no quería arrancar de una blanda cama y su placidez.
No deseaba luchar el día.
Soñaba porque la hora señalada en la pared fuera un sueño y que nuevamente anochecía.
Agote casi todo el tiempo que se podía agotar.
Apenas el agua del aseo en los ojos despejó el pensamiento y el primer café más corto que lento, pareció falto de cafeína y su excitación se quedó en mi cuerpo sin efecto.

Llegaba la hora
las 9’30 de un esperado encuentro
mi querida y estimada vecina Ana
en el restaurante del barrio Támara teníamos que ponernos en poco tiempo al día, saber un poco de nosotros y de nuestros últimos vividos momentos,
Poco a poco, sin saber cómo ni porque el sentimiento empezaba a dar un vuelco.

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Apareció la sonrisa y a veces hasta la lucidez.
La expresión vivía en concordancia la palabra
Y escuchar, sí,
Sobre todo escuchar eso que nos es tan difícil. A una octogenaria de experiencia
pero veinteañera en pensamiento.
Desenfadado nos hablamos, del
presente y del pasado…
El futuro se quedó atrás porque para nosotros quedaba lejos.
Llegó la hora de la despedida
Se acababa el café y su momento,
Las ganas de luchar el día había
emergido, el cielo seguía gris, pero el sol vestía mi pensamiento.

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Ella es radiante, lo más positivo que mis ojos nunca han mirado,
hasta su desconcierto y la incoherencia de la norma lo hace amable sin un mal gesto, sin la negación del desencuentro.
Duda besos en las mejillas
un caluroso adiós y emplazados quedamos a una nueva mañana donde por un instante la vida se vuelve alegre sin más intención que la de querer seguir viviendo.

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