No pude conocer su especial bondad, amor y cariño.
No tuve la suerte de conocerlos ni de ellos haber mucho escuchado y sentido.
No sé si es que ellos a mí me sintieron,
o que yo era tan pequeño que no supe de sus besos y abrazos,
olvidados y en mi memoria perdidos.

No los pude conocer...
Sé de la felicidad de quien puede vivirlos,
y entre sus brazos acariciarlos y tenerlos como si fuesen
sus propios hijos.
Ahora sé que es un amor tan diferente
que no hay palabras para describir tanta plenitud y gozo.
Nadie puede partir de aquí sin llegar a comprenderlos
y de la mano pasear junto a ellos hasta el fin del infinito.

Así somos los abuelos:
que, desde que lo somos, volvemos a nacer,
sintiendo de nuevo ser niño y padre o madre a la vez.






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