sus calles empedradas de blancas paredes que viven cautivas
entre olivos…
la familia, el aroma de la vida.
quedó atrás mi amada Andalucía.
Nos perdiamos en un tren
que no tenía prisa.
los asientos no existían,
sus pasillos eran
el descanso de una larga
y eterna travesía.
Como animales de carga,
y con pesadas mochilas
cientos de andaluces cruzaban la frontera…Francia,
sus campos, ¡el destino!,
sus viñas.
Jornales
por escasos chavos,
siendo mano de obra barata,
suspirando penas lejanas,
recuerdos, ausencias y melancolía.
Romanticismo nos inundaba entre
noches de soledad, nostalgia y alguna carta que a escondidas se escribía.
El rocío regaba las hojas,
la jornada empezaba,
aún la noche se sentía fría,
en las manos los racimos y su aroma, olor a vino,
las bodegas esperando la carga para saber si el fruto
con buenos grados se vendía,
las tijeras cortaban los gajos sin descanso y con prisa,
los dedos siempre activos
entre las parras atrapados,
con algún corte, con alguna herida,
inquietas manos, cuánto
más se hacía,
más era la ganancia,
y de vuelta antes era
para el hogar la partida.
Cada día patatas y vino
los amos nos servían,
asentados en viejas casas,
así vivíamos nuestra vendimia.
Entre surcos y barro,
algún canto,
algún chisme, verdad o no,
que importaba si era mentira,
ayudaban a pasar el frío y el calor del día,
olvidando una lejanía
y una añoranza que a diario crecía.
¡Ay Dios que pena,
si algún día nos llovía!
Descanso era en nuestro cuerpo,
pero el dolor en el corazón,
otro día alejado de la tierra mía.
Por fin se acabó la labor,
se paró para siempre el tractor,
de vuelta a casa,
unos francos en el bolsillo
y unos meses poder vivir,
sin tener a nadie que pedir
limosna ni pensión.
Días de vendimia,
días de haber sentido en el alma el dolor de la distancia,
días en que vivimos nuestras miserias,
días de septiembre que en la memoria
nunca se olvidan.
Poema propio.
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