Las noches no descansan en la mirada.
Ya no canta el reloj porque estoy despierto antes de que suene su alarma,
ni frío ni calor en el corazón y un nudo se me hace que no
deja respirar en la garganta.
Parece que todo sea igual y
que no haya cambiado nada,
el día con el día está,
el perro en mi regazo haciéndome compaña,
el aroma del café me quiere despertar, y la inquietud en mi pecho late como si no hubiera de haber mañana.
Dentro de poco allí mi alma estará, cogeré el bus como siempre en el mismo lugar y cuando llegue a la 211,
a la habitación de ese hospital el desgarro de mi llanto interior me ahogará.
Allí postrada estará ella,
Sin poder moverse, mirarme y sin hablar,
con su agitado respirar y
con la boca seca de la morfina que poco a poco se la va llevando a quién sabe qué lugar.
Tendré que vivir sin ella
si es que es vida es lo que queda ya,
no tendré a quien me llame niño
aunque sea muy mucho mayor de edad,
perderé el olor de su perfume,
guardaré sus recuerdos allí donde ella en su nuevo mundo recordará,
dicen que el tiempo cura las heridas,
aunque de esta herida no quiero sanar.
Dejo por ahí este escrito
porque tengo que marchar
a esa habitación 211
y a morir con ella
hoy, mañana,
o quizás allí ella ya no está.
Adiós mi pequeña princesa,
no sufras y duerme para siempre en paz.
Poema propio.
Fuente de la imagen :
Propia.