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Me pareció que era Italia el lugar, pero no recuerdo ningún monumento ni busto que confirmara eso. Lo único seguro es que era una gran ciudad.

Era por la tarde, y debía ser verano porque aún había luz y la hora de cenar se acercaba.

La gente llenaba el campo.
Miles de voces jaleaban.
Unas venían y otras iban,
a un compás desigual,
dependiendo de quién atacaba o defendía.
Cada vez más emocionante porque el partido estaba a punto de acabar.

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Era el entrenador femenino del Barça,
y como en toda final, jugábamos contra el Real Madrid, el eterno rival.
Ellas de blanco y nosotros con nuestro uniforme habitual.
Yo, con traje y corbata que me daban suerte y un poco despistaba.
Ya era el segundo tiempo y el marcador seguía igual que al inicio: cero a cero. La verdad es que, por el juego, ninguno merecía ganar.

La prórroga se veía cerca y los penaltis aún más.
En el fondo, me veía perdedor,
físicamente éramos inferiores y desde los once metros… se nos daba fatal.

Todo parecía perdido.
En la última jugada, no quedaba tiempo para más que un córner.
Subió la portera de ellas hasta rematar; querían liquidar el partido y llevarse una gran copa de Europa a la Cibeles. Y contra las mejores del mundo… las culés. No se podía pedir más en el deporte.
Lanzó la extrema derecha, pero no sé cómo, alguien cabeceó hacia atrás…
No sé si fue de ellas o de las nuestras.
El balón llegó, esquinado un poco a la izquierda, y nuestra única jugadora que quedó delante lo recibió en los pies y me miró.

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Le grité como no se puede gritar más…
¡Chutaaaaaaa!
¡Chutaaaaaaaaa!
La portería estaba vacía, solo tenía que rodar el balón entre los palos.
Le dio con tanto miedo y poca fuerza
que hubo tiempo hasta para rezar un padre nuestro.
El estadio quedó en silencio.
Solo suspiros de júbilo y lamento se escuchaban sin escuchar.
El balón entró en la portería como durmiendo.
Ya no había tiempo para más.
La locura se apoderó de nosotros.
Tiré la corbata al viento,
la chaqueta de un golpe al suelo,
y corriendo a la jugadora, con un abrazo y un enorme beso la felicité
con todo mi deseo.
Se volvieron locas de alegría.
Todo era saltar y cantar.
El avión salía pronto al día siguiente,
casi no había tiempo de celebrar.
Repasé una y otra vez en mi pensamiento todos los momentos.

Ufffffffffffffff…
Oh Dios… No.
Me acordé de un tal Rubiales y su beso que por poco lo lleva preso.
Y allí estaba mi imagen después del gol, mi abrazo y mi pasión por el gol y el título ganar.

Al final, era sufrir…
Pero en el sueño ya no estoy.
Desperté con un título de campeón de Europa siendo entrenador y partícipe del único y gol principal.
Pero llaman a la puerta.
No sé si es la policía de género o si es que a Canaletas en hombros me quieren llevar.
Con un abrazo y un beso
dije adiós con o sin culpabilidad.

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Relato propio.
Fuente de la imagen propia y… IA

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