Era en ese día todo lo normal que podía ser,
tiempos de pandemia…
desinfectaba durante unas dos horas el lugar,
no había sábados ni domingos,
todos los días eran igual,
la semana santa pasó sin que santa para nosotros pasara.
Suelo de mármol brillante por donde se pisaba,
las plantas vivían entre naturales y falsas, los ascensores grandes como los 67 pisos que conforman ese pequeño pueblo que en esos momentos a mi cargo en la finca prácticamente estaba, con sus espejos entre lejías y otros quedaban brillantes,
aunque solo era yo quien miraba,
los demás…
Confinados con el principio del miedo en sus casas.
Los pulsadores uno a uno en el trapo dejaba sus huellas
y las puertas eran perfumadas para que su ambiente dijeran que por ellas había pasado quien las cuidaba.
Multitud de paquetes me encargaban,
muchos de comida que de forma inusual a distancia se compraba.
Las papeleras cada día vacía dejaba, pero «dios»,
al coger un papel con las prisas y sin ver de una vez,
me quedó mojada la mano
que podría ser pensé…
La curiosidad me llevó a mirar las cámaras de vigilancia
que solo para incidentes se pueden ver,
calculando la hora que puedo ser me llevo un tiempo hasta que lo fijé
un repartidor de comida
de una famosa empresa que me da pudor dar a conocer,
mientras esperaba el ascensor
se abrió la bragueta del pantalón y estaría reventando
porque media papelera llenó
de ese líquido que cuando se suelta de la uretra el cielo se ve…
Me sentí por un momento sucio
aunque con guantes tapaba la piel,
fui derecho al lavabo y ahí estuve
quitándome del pensamiento lo que fue y pudo ser.
pasado el momento también pensé…
Pobre gente, se están jugando la vida
y no pueden entrar porque estaba prohibido que en el servicio público nadie pudiera poner un pie.
Así que no hice nada,
no llamé a la empresa…
Total solo la mano con un guante me mojé.
Relato propio.
Fuente de la imagen… Propia