
Era media mañana…
La ciudad en el día más tranquilo que en el año se pueda dar.
Día 15 de agosto y, además, día de la Asunción, día de fiesta.
Todo parecía en su lugar…
Comercios cerrados, la calzada desierta; hasta el semáforo en rojo pudimos pasar (mal).
Ni nuestro pequeño perro Shag tenía a quién ladrar.
La intención…
Caminar y caminar, bajar de peso aunque solo fuera en el pensamiento, para que un helado después de la comida se pudiera disfrutar.
La calle era cuesta arriba y, al doblar la esquina,
se acercó a mí ella.
Delgada y de color, me llamó la atención…
Le dije «no, gracias».
Me respondió… «Solo te pido, alejándome, si me puedes ayudar…».
Algo en mí se revolvió; han pasado las horas y aún estoy arrepentido de mi respuesta y de lo sucedido.
Entonces pensé que era de etiquetas,
que hice con ella lo que no quiero que hagan conmigo.
Sin escuchar una palabra que me dijera.
Sin preguntar por un bus,
por dónde quedaba una calle
o dónde tomar café que le sirvieran.
Todavía me revuelve la conciencia…
Cuánto por aprender, aunque ya las piernas anden despacio y la barriga la tengamos llena.
Hoy pienso que soñaré con ella.
Con aquella delgadez, con aquel bajo tono de voz y con esa mirada de no sé cómo llamarla, porque en sus ojos
vi la incredulidad y hasta pienso que de mí sintió pena.
Seguí con mi caminar, le dije a mi esposa de mi malestar conmigo mismo
por no ser quien debí de haber sido:
una persona humana y no alguien prepotente, creyéndome ser más que…
siendo solo pequeña hormiga al lado de ella.
Tengo su imagen en mis ojos,
y sus palabras «solo te he pedido ayuda»
estarán en mi mala conciencia hasta que muera.

Poema propio.
Fuente de la imagen IA

