Sentí la tristeza más profunda,
la impotencia más aguda,
la escucha más reflexiva de unos ojos que no pudieron paliar el dolor y tanta amargura
de una vida destrozada sin saber por quién ni porqué tuvo que pasar.
No le vi maldad nunca con nadie,
todos le reían cuando el dinero
tenía en él cabida,
la vida le dio la espalda,
su mujer con alguien está,
a su hija la ve de vez en cuando y
una disputada herencia al juzgado lo llevó un hermano que de él no quiso serlo más…
Sin padres en ya quién descansar,
solo y con el cigarro más barato en la boca
sin suplicarme y sin lágrimas su alma no me dejó de llorar.
Lo escuché como a nadie,
como él siempre sabía escuchar,
sin pedir ayuda pidió clemencia
me confesó que no le importaba su muerte y sí la de los demás.
Se me hicieron nudos en la garganta,
no supe en ningún momento como ayudar…
Todo supo a frases hechas.
«Tienes que salir de esto solo»,
«tienes que ayudarte en tu soledad».
Fueron casi dos horas de lamento,
y aún sigo consternado
de la visita de este amigo de hace tanto y tanto tiempo
dónde solo veo la crueldad
de un final en su esencia
y que en mí consciencia no para
mi silencio de gritar.
¡Qué haría yo si a nadie tuviera si la soledad fuera mi única compañera,
y que solo viviera con un lápiz y en un cuaderno letras que mostrar!
Nos dijimos hasta pronto…
yo me quedé en este poema y el en las gracias por compartir un café largo conmigo
y escuchar lo que con nadie puedo hablar.
No soy ateo ni de iglesia y por eso me prgunto…
¡Quien creó tanta desigualdad!
Poema propio.
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