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Miraba desde mi rincón por la ventana de mis recuerdos,
el café se hacía largo y su aroma casi eterno,
el teléfono como compañía siempre a mi lado encendido
pero funcionaba como si estuviese enfermo,
nadie al otro lado,
nadie se escuchaba para de su letargo poder cogerlo.

Al frente una pequeña luz oscilaba,
la llama de una vela infinita
con olor a canela que calmaba mi desespero.

Así comenzaba el nuevo día,
otra vez la rutina se miraba
en el espejo:
en las mejillas, ningún beso,
los hijos ya mayores que se fueron a otro encuentro,
«mis padres»,
ella, en el hospital con su eterna dolencia,
él, que me dice cada día que está en el cielo.

Mi compañera en la calle con su amado Shag, nuestro perro,
aunque de mí no lo sabe,
ay Dios, si ella supiera cuánto la quiero,
siempre le oculté sin saber de este sentimento.

Y aquí estoy yo,
escribiendo este relato,
mirando el horizonte a través de mis pensamientos
y quejándome de la vida…
sin derecho a tener que hacerlo.

Cada día desde mi rincón vivo
sin abrazar a la vida,
y ella que no me deja nunca de hacerlo.

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Relato propio.
Fuente de la imagen… Propia

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