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La casualidad, el destino de la vida, o las dos cosas, me arrancaron de la tierra que me vió nacer.
16 años tenía cuándo por primera vez viajé de Córdoba a Barcelona.
Dieciocho horas de vaivén en un viejo autocar y sin poder ponerse los pies de pie.
¡Qué vergüenza la que pasé!,
con el botijo de agua en la mano, cuando las luces de la avenida del paralelo me vieron, y yo las vi por primera vez también.
Un taxi nos llevó donde nunca hospedados debimos ser,
Rambla de la montaña 69,
mi abuela allí vivía con el hermano de mi padre también,
¡Qué sucio anfitrión fue el señor!
Mis pobres padres necesitados e inocentes de sus pecados,
y yo ingenuo joven llevado a la casa de quién no quiso para él mujer.
¡Qué miedo a la noche tenía cuando de su ocio venía,
cuántas madrugadas de dolor
sentí en mi piel!
Quería irme de esa lugar de tortura
pero no ir de donde había venido,
fracasados y con las orejas gachas… y de nuevo allí volver.
A otro barrio nos mudamos y del drama nunca más me olvidé.
Conocí en él a la primera chica de mi vida, con la que bailé pero nunca acaricié.
Quise que fuera mía, y ella de mí lo pensó también,
pero no tuve con ella gran valentía y mi amor no le declaré.
Nunca decidía en la vida, si para mal o para bien,
se encontró con otro cualquier día,
que le calmaba el no se qué.
Solo pude llorarla y de Carmen
con el tiempo me olvidé.

Así crecía mi vida,
por el día trabajaba por la noche estudiaba,
y entre medias, las porras de los grises que me hacían rápido correr.
Con el pelo largo y un verde macuto de progre,
los domingos y en la plaza de Sant Jaume, bailando sardanas acababa en el centro y sin saber,
esperando su final y al grito de «libertad», para correr de los palos otra vez.
Aprendí la lengua catalana con gusto, sin que mi acento y cultura dejara en mí de ser.
Crecí como persona y en mi razón creí tener las claves de lo qué… y cómo quería ser.
Pero llegó un tiempo de desengaño,
los traumas de mí no se apartaron y huyendo de un pasado y algo de insensatez volví a Córdoba muy cambiado.
El shock fue tan alargado
que en un psiquiátrico acabé.
Otra experiencia bendita me pregunté,
solo fueron 15 días de dormir y de comer,
entré, creyendo ser un Cristo
salvador de un nuevo mundo,
y salí pensando que a duras penas ni yo mismo me sabía querer.
Así recordé esta historia
de un adolescente de Córdoba y también barcelonés,
luché menos por mí que por todos,
y esposado en una cama de pies y manos a gritos en aquel hospital de Alcolea demente desperté.
Me llevó un gran amigo
Francisco Archidona,
no lo pasaría bien.
Ya una vez de vuelta a este mundo,
ni yo hacía milagros,
ni a nadie de este falso mundo salvé.
Vivo para escribir recuerdos,
y de este… difícilmente me olvidé.

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Relato propio.
Fuente de la imagen…
Propia del autor.