Cuánto los echo de menos.
Me parece que fue ayer
cuando, de la mano, me llevaban al colegio.
Cuando, con él y una pelota de trapo, nos creíamos reyes del universo.

Cuando a ella la escuchaba cantar mientras ordenaba la casa,
y hasta los ángeles callaban,
porque su dulce voz era la única y luminosa estrella
que brillaba en mi firmamento.

Cuánto los echo de menos.
No hay amor que supla su ausencia,
ni dolor que por nadie más duela.
En mi recuerdo viven ellos, eternos, eternos.
Cada uno con sus alegrías y tormentos.
No se puede querer más que como ellos te quisieron.

Ojalá tú puedas ver aún a los dos,
o quizás solo a uno de ellos, si así Dios lo permitió.
A los míos los sigo queriendo desde que nací,
aunque hace un tiempo que ya, de nuevo, juntos viven en el cielo.




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