
Como cada mañana, a las nueve abría el cajón,
el periódico de Ana cogía,
miraba los titulares mientras subía, y en la segunda planta segunda puerta
en su rincón dejaba del día sus noticias.
Con plumas de pavo sacaba el polvo sin mucha intención, la puerta de la calle y el vestibulo también barría de la portería.
Me distinguía del lugar mi bata siempre azul, y entre buenos días, holas y adiós intentaba pasar la mañana y con ella el día,
Alguna y otros cuantos al pasar por mi lado nada decían,
titulados de paredes
que en buena educación mucho suspendían.
Subía acompañada sin apenas poder la rampa la señora María,
le abrí la pesada puerta y al salir a la calle muy seria me preguntó:
¿Alejandro, como está aquella señora que murió el otro día?
también serio le dije yo,
«muy bien no está señora mía »
y así salí de la situación,
nos miramos y nuestra risa fue tanta que se convirtió en dolor y con respeto de la difunta de alegría.
Conseguí quedarme al rato en silencio y con dudas ella marchó.
De quién podría estar hablando,
» me dije yo»,
que de mí no se despidió,
si ya varios fueron los entierros en aquella finca los vividos,
no recuerdo si alguno se escapó,
teniendo en cuenta que era yo quién siempre a los demás a bombo y platillo informaba de cualquier fallecido.
Seguí con mi rutina,
guardé el plumero y saqué la pluma y con sumo esmero fregaba el suelo haciendo de mi cintura el baile de una canción.
De repente los paraguas en la calle se abrían, en el suelo llovía y con aquél ruido mi fregona se paró,
ya este trabajo la pena no valía.
Miré al cielo y me acordé entonces cuándo antaño en el pueblo vivía,
y en el bar del muriano,
que era sitio de reunión
de llegada y de salida,
cuando en el amanecer también gotas caían,
se esperaba que el manijero
dijera si al campo a trabajar se
iba, y si un nuevo día duro de campaña de aceituna entre el barro se vivía.
Como nada decía el tiempo,
al apuntar el sol ya eran varias las copas de anis y coñac las que posaban y hablaban vacías,
el frío solo estaba ya en la calle
mientras nuestros cuerpos ardían.
Así llegó el mediodía,
algunos en la barra de la tasca,
otros más viciosos con las
cartas en una mesa y el dinero, se jugaban las partidas.
Ya ese día la talega en el campo no se comía,
y entre vino cervezas y tapas,
la tarde en aquel bar poco a poco se perdía.
Ya después de mucha saliva con el whisky y la ginebra
la voz se confundía,
sus frases en alto tono ya se repetían,
las piernas se doblaban
y sin saber como a mi casa pude llegar en la anochecida.
Aprendí del campo un poco más,
y ya sabía dónde no estar
si al otro día también llovía.
A la mañana siguiente todo el pueblo fue a trabajar,
y yo como era de ciudad y normalmente no bebía
en la cama me quedé, no me pude levantar,
y de vez en cuando solo escuchaba de mi mujer…
¡Ay papi y vente, si ya te lo decía!
Y con ese recuerdo pasé la mañana, no fui a trabajar aquel día, ni al entierro de la persona que me dijo la señora María,
La una ya en el reloj,
y como cada día me quite la bata y sólo me fui a mi lugar, estaba lloviendo…
y con arte cerré por fin mi portería.
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Poema propio.
Fuente de la imagen… Propia.

