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Ahora por más que quiero acordarme,
no sé cómo lo hacían,
no vivía internet con nosotros, y las únicas redes que se conocían,
las del tenis, el ping-pong,
las de las patatas o las de los pescadores cuándo se hacían a la mar.
La calle ancha no se veía vacía,
no eramos gente del barrio,
y con el sonido de las palmas y a la hora señalada como consigna,
pasábamos de la acera a la calzada y con nuestra presencia el tráfico parabamos.
Era allá por el año 1974,
no tendría más de 17 años,
y al grito de libertad y amnistía
la manifestación prohibida
su propósito cumplía.
Yo estaba de baja laboral,
con una troqueladora en la imprenta donde trabajaba,
me pillé una mano,
y el pulgar de la derecha
triturado permanecía en mí hasta la muñeca vendado.
Tuve no muy buena suerte en la estampida,
aquél policía que me mandó a gritos correr, sacó su porra para con gran fuerza dejar en mi cuerpo su legado,
con tal fortuna que para proteger mi cabeza del inminente impacto,
sin pensar, puse sin querer la mano del pulgar vendado.
El dolor se apoderó de mí,
y a mi casa quise volver de inmediato.
Me acerqué a la boca del metro,
Y un grupo radical en su entrada no dejaban espacio para poder pasar,
estaban a los cuerpos de seguridad con cánticos insultando.
Vinieron hacia nosotros en una oleada de rabia y furia,
y yo con miedo y mi dolor quise nueve o diez escalones adelantar de un salto,
pero no calculé bien su altura,
y mi cabeza en el techo se quedó golpeada,
¡que mala suerte que de nuevo tuve!
aquél y no como otros
era de cemento y no de plástico,
me fui al suelo en horizontal
Y con los codos amortigué
el impacto…
A la calle no podía salir,
los guardias estaban en la salida esperando,
así que dentro del túnel me metí.
Viajaba con el dolor de la mano,
la contusión en los codos
y la sangre de la cabeza abierta
por el suelo iba manchando.
Que mal el empleado de aquel andén de la calle Aragón,
no me quiso ayudar con el botiquín de la estación,
alegó que cómo en el metro no había pasado, a curarme no se veía obligado…
Pensó que el daño fue en la calle y no con el techo de su trabajo,
y que las heridas fueron fruto
del castigo de la fuerza por la ley que arriba no había acatado.
Así que con el tren en marcha,
a mi hogar quería llegar sin quedarme antes desplomado,
cuatro paradas debía aguantar. Ya comenzaba a estar mareado.
Tuve un momento de fortuna,
en el mismo vagón,
«la enfermera de la suerte»,
una joven se acercó a mi brazo y sin ya soltarme,
me preguntó y le respondí,
al hospital clínico me llevó,
y sin dejarme un instante conmigo estuvo
hasta que allí me curaron.
Llegué a mi casa hecho un cristo.
La mano mal trecha, el codo derecho en cabestrillo,
y la cabeza pelada con
diez puntos de sotura, la bronca estaba asegurada.
El susto que se llevó mi madre cuándo vió a su hijo.
¡De qué guerra vienes,me dijo!
No te lo explico mamá, por que no te creerías cómo yo sólo
casi me mato y sin querer me suicido…
Le di dos besos, cerré la puerta de mi habitación
y con el dolor me quedé dormido.
Pasaron más de cuarenta años,
cuarenta y cinco, y todavía pienso en amnistía y libertad…
cuándo por cualquier calle camino.

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Relato propio.
Fuente de la imagen:
https://pacoelvirafoto.blogspot.com/2011/02/mi-foto-de-la-represion-de-la-policia.html?m=1