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La pantalla del móvil se iluminó,
un número desconocido a mis ojos se acercó,
tuve dudas en atender la petición porque
tuve antes un reclamo,
y dije:
-¡Hombre… ahora no!
De pronto descolgué y su voz me sorprendió,
un paquete tenía en sus manos y me dijo era para un servidor.
Pensé: “podría ser para un vecino,
como el portero delantero soy yo…”
Así que con mi pereza y el deber de la nobleza,
a la puerta y sin saber para quién era,
mi pundonor salió.
Qué sorpresa me llevé cuando me dijo:
-El presente es para Alejandro Chacón…
-Este que nombra- le dije- soy yo.
Tomó nota y mi firma,
con el presente me quedé y como una moto él voló.
Qué extraño, faltaban cinco días y el pedido ya llegó.
De camino a casa,
¡vaya, el perro se escapó y a mi falda se acercó!
Jugando y saltando contento de estar libre,
con un guau me saludó,
así que cómplices los dos felices y contentos
cogimos hasta la casa el ascensor.
Al entrar, ¡madre mía qué olor!
De la cocina el vapor y sus lentejas,
pero la mesa no estaba puesta y el paquete allí se acostó.
Como niño con zapatos nuevos y una enorme ilusión yo rajé solo el envoltorio,
parecía no haber desperfecto,
y mientras sin hacer nada
y apenas sin mirarla,
como siempre que hay que amueblar algo,
Loli aquel presente montó.
Era blanca como la luna,
y con el peso de una pluma en el suelo la dejó.
Me acomodé en el sofá,
«qué nervios»,
la recosté cerca de mí
y sin mi cuerpo doblar
pudo empezar mi lápiz a lucir.
La mesa pude estrenar
y ya mi espalda se dejó de resentir,
cuando este relato
en ella…
sin esfuerzo pude escribir.
Así me acordé del pupitre
y de niño mi primera oración
«maricón el último»,
y casi siempre era yo.

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