Se alejarán de la nostálgica mirada los olivares. El aroma del naranjo seguirá prendido como el tallo a su flor por sus calzadas anchas y estrechas. El azul y limpio cielo pronto quedará añorado y olvidado. El acento de sus gentes seseante volverá a ser distante y la chispa del encuentro quedará como siempre en el recuerdo de cada vez que a la tierra que nos vio nacer nos acercamos en trozos de instantes de una vida de contrastes, cuando paseamos por sus bajas y blancas casas, sabias calles y empedradas aceras.
El cálido alumbrado hace de sus noches mágica poesía cuando en sus letras y rimas se descargan versos puros de sentimientos y emociones que a flor de piel se llevan en tiempos de rocío o pasiones de Semanas Santas, ferias o villancicos de flamencas guitarras, cuando llega la Navidad y un nuevo año a la vuelta de la esquina espera con ilusión que sea mejor que el que se vivió atrás, con menos alegría que penas.
Pueblos y aldeas de Andalucía, de dolorosas historias que hacen de la fiesta el quejío y de su voz la alegría y el jolgorio, aunque a veces no haya platos que poner en la mesa.
Hoy quiero cantarte y bendecirte, que como tú no hay otra tierra, tan castigada y oprimida y a la vez tan poderosa y rica, porque la riqueza la conforman sus gentes y desafíos. Desde que nacen, haciendo de su día a día una batalla por que no muera el día sin que haya habido algo que recordar y un legado dejar en un calendario de cultura viva, aunque haya gente que no haya conocido escuela.
Tierra cordobesa que no hay otra igual, sin que pueda compararse con nada ni nadie, ni sus pueblos con otros pueblos, ni sus gentes con otras gentes, porque Córdoba sólo hay una, sin desmerecer a nadie.