sin sufrir, sin despedirse ni siquiera de él.
Fue alumno y profesor a la vez,
para nadie indiferente,
de una forma o de otra
al final siempre se hacía querer.
Vivía feliz en su vejez,
siempre creyó en él,
encontró en otro amor
un nuevo amanecer.
¡Qué pena pensó ella,
qué pronto se me fue!
Murió, como de otra forma no podía ser,
al lado de una mesa
y el chasquido de una pelota
volando por una red.
¡Cuántos kilómetros en sus piernas
azotaron a un deporte
que casi lo vió nacer!
Ricard Palau y su tenis de mesa,
su Ping-Pong… alguna vez.
Murió con las botas puestas,
ganando o perdiendo en una mesa,
y su corazón descansando
en su nuevo atardecer.
Ricard Palau descansa en paz,
que nuestro tenis de mesa te acompañará…
allí, estés donde estés.

Poema propio.
Fuente de la imagen:
Propia.

