
Era un mediodía de una tarde lluviosa del mes de marzo y fría,
una llamada que no quedó perdida atendí con recelo,
quizás porque sabía de la persona de quien venía.
Alfredo me dijo con voz preocupante
que él no tenía la culpa y que no sabía cómo,
pero media llave suya
en la cerradura de la puerta de entrada se quedó dentro dormida.
A duras penas pudo al inmueble entrar,
pero que quizás otro vecino no podría.
-¡Madre de Dios! -me dije-,
en estos momentos de confinamiento,
donde nadie para arreglar nada habría…
67 pisos que allí viven y unas 300 llaves por hacer.
Bajé con la premura que me correspondía,
y en este tiempo con guantes y mi mascarilla,
miré la cerradura y su herida…
y sí, sí. La media llave estaba aún dormida,
la empujé de un lado para otro pero del sueño no se iba.
Llamé al presidente de la compañía,
y como buen soldado le expliqué la situación…
-«Mi señor»-le dije-,
al campamento de nuestras vidas no se puede entrar,
aunque salir sí se podía,
si no lo arreglamos pronto
nos vendrá el enemigo con su caballería.
Así, después del protocolo y por mandato,
llamé al cerrajero que siempre acudía.
Por supuesto no atendió,
era mala hora…
el momento de la comida.
Mi preocupación ya era mayor que la del vecino y mi alegria.
-¿Qué hago?- me dije otra vez yo.
Tendré que echar mano otra vez de quien mi corazón quería.
-Albert-le dije con algo de ironia-,
otro problema, vida mía…
Bajó del quinto piso donde vivía,
y en el vestíbulo le conté
aquello que en ese momento me quitaba la vida.
Se acercó, la miró,
alguna herramienta me pidió,
y después de con mimo por detrás y por delante acariciarla
en mi mano la media llave posó.
Volví a nacer en aquel momento,
llamé a quien me llamó para tranquilizar quizás su preocupación,
al general le dije ya de la solución,
ningún vecino de nada se
enteró…
me despedí de Albert,
como siempre agradecí su siempre estar y su siempre solución,
el deber estaba cumplido,
el presidente de la escalera
contento y agradecido
y mi querido hijo volvió a su casa con la comida que desatendió.
Con la sonrisa hasta en mis pies
me fui yo a la mía
y la media llave conmigo
la siesta durmió.
Quiso despertarla el cerrajero,
pero ya le dije:
-Gracias, mi hijo ya lo hizo aunque su comida se enfrió.
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relato propio.
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