encogido y arrugado,
quejándome en mi interior de todo lo que en el exterior había pasado.
Culpaba de mi estado a todo y todos,
culpaba de mi mala suerte
a quién nunca como creía
nunca me la había dado.
Había dilapidado todo un día
cuando quizás oro darían
quién sabe cuándo el suyo
para siempre ya se había terminado.
Decidí cambiar las reglas,
hacer del continuo enojo
permanente silencio
escuchando siempre
más de lo hablado.
Pensé en el permanente regalo
y de la suerte que tenía
de poder escribir versos de esperanza
a quién todo me lo dio
sin esperar nada a cambio.
«Vida perdona»,
por haberte tantas veces traicionado.
Poema propio.
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