Aprendí a llorar en silencio, a sonreír para que mi corazón no mostrara el dolor que sufría mi pecho. El día solo tenía rutina y su tiempo; sus madrugadas, desconsuelo; y en mi interior, una lucha con la cobardía de ser en la vida quien no quiero.
A veces envidio a la gente sencilla, aquella para quien nadie es preocupación y solo le interesa un estómago satisfecho. Aquella que vive ignorante, apartándose de los demás cuando florecen sus sentimientos. Aquella que no es capaz de llorar cuando recuerda que ya no hay nadie que pueda darle en los labios con amor un beso.
Aprendí a aceptar que ya no puedo aceptar una vida sin lamento, que anduve buscando la felicidad en el lugar equivocado, porque solo podré encontrarla en mí si es que en ella yo me encuentro.