Vi en los ojos la verdad de su inocencia, las arrugas marcadas por el dolor y el desengaño de un amor: el del hombre que le dijo “sí” en el altar y que, al poco tiempo, la hizo vieja.
De repente, se hizo mujer sin apenas crecer, madre sin quererlo ser... Y para siempre esclava de quien ya nunca más, en su corazón, quiso quererla.
Temía la caída de la noche, porque no sabía quién en la cama la esperaba: si el novio que antaño la adoraba, o el hombre que saciaba su lujuria siendo ella suya, sin dignidad, esclava y presa.
Era tanto el sufrimiento, tantas las lágrimas escondidas, que hasta su silencio a gritos lloraba pidiendo su muerte, porque ya en vida, junto a él, vivía muerta.
Vi en sus ojos la verdad de la inocencia. Y entre lágrimas, en su lápida escribía:
"Aquí solo hubo justicia... la que yo nunca tuve a su lado hasta que quité una vida que ya no merecía.